Procrastinación o postergación / posposición es el comportamiento o hábito de retrasar actividades o situaciones. Dejar para mañana lo que conviene hacer hoy. A pesar del estrés y demás riesgos que eso implica. Lo que a primera vista puede juzgarse como simple indulgencia o falta de responsabilidad es, en realidad, un hábito complicado, con un origen profundo, y al contribuyen factores diversos (biológicos, educativos, emocionales, cognitivos y contextuales).

Lejos de ser un problema que se limite a un ámbito concreto, la tendencia a postergar irracionalmente se cuele en áreas muy diversas de nuestra vida. Por ejemplo:

Autocuidado: Agendar citas médicas, perder peso, alimentarse mejor, hacer ejercicio, dejar de fumar, aprovechar mejor el tiempo libre, relajarse, leer…

Formación: Asistir a clase, estudiar, redactar trabajos, apuntarse a un curso…

Economía: Ahorrar, pagar facturas, llevar un recuento de gastos, hacer presupuestos…

Relaciones sociales: Devolver llamadas, escribir cartas o emails, dedicar más tiempo a la familia y amigos, expresar aprecio, ayudar a alguien, ser puntual, ser más asertivo, terminar una relación que no nos satisface…

 

Si sabemos que nos perjudica, ¿por qué lo hacemos?

 

Existen muchas teorías sobre por qué las personas procrastinamos. Algunas invitan a la autocrítica y a imponerse una mayor disciplina. La realidad es que las personas que procrastinan suelen ser ya bastante duras consigo mismas; lo que necesitan son técnicas positivas que las ayuden a superar la inercia inicial y a conseguir sus objetivos, fomentando el entusiasmo y capacidad de premiarse hábilmente tras cada esfuerzo.

 

Sin duda, también suelen ser personas que se beneficiarían de aprender estrategias organizativas –como dividir las metas en pequeños pasos- pero aquello de “simplemente hazlo” no funciona en estos casos. Eso es porque las personas no procrastinan –al menos no principalmente- debido a que carezcan de motivación, disciplina o de habilidades organizativas, sino porque de algún modo les resulta “útil”. Es una estrategia que, les permite reducir la ansiedad a corto plazo, un mecanismo de defensa dirigido a proteger la autoestima, ante las demandas cotidianas que interpretan como amenazantes. También tiene que ver con la historia personal de aprendizajes, a lo largo de la cual, puede haber procrastinado sin consecuencias negativas o incluso obteniendo beneficios por ello, como cuando por ejemplo, lo acaba haciendo otro. Si nuestras experiencias tempranas nos han hecho asociar el trabajo o el esfuerzo con aburrimiento, dolor, miedo o humillación, pospone aquellas tareas o decisiones que anticipamos difíciles, es lógico que la procrastinación parezca una tentadora vía de escape, si bien la tranquilidad ni se consigue ni dura. De hecho, con el tiempo, puede acabar y acaba por convertirse en un autosabotaje sistemático.

 

¿Qué consecuencias tiene la procrastinación?

 

Más allá de la pereza, el malestar que siente el procrastinador crónico consiste típicamente en una mezcla de miedo, ansiedad, irritación y autocrítica. Para reducirlo, acostumbra a caer en el autoengaño, sustituyendo aquello que debe hacer para alcanzar sus metas por otras actividades más agradables e irrelevantes. Generalmente son cosas que proporcionan una gratificación inmediata y le hacen perder tiempo -como navegar por las redes sociales, ver la televisión, dormir o ir de compras, pero también puede ser cualquier actividad irrelevante o menos aversiva en ese momento. De hecho, la pura inactividad no es propia del procrastiador. Puede ser muy dinámico y activo… excepto en aquello que está en su lista de prioridades.

Además de este tipo de consecuencias “internas”, la procrastinación también puede comportar consecuencias objetivas y observables, como la pérdida de empleos o de promociones, las dificultades económicas y la ruptura de relaciones.

 

¿Qué puedo hacer para evitar la procrastinación?

 

No hay que obsesionarse con la productividad, sólo tomar conciencia de que si la mayor parte de tu tiempo resulta improductivo, te alejas de metas y proyectos vitales que sí podrían satisfacerte de verdad.

 

Reducir la procrastinación implica primero entender cómo opera en nosotros y después adquirir estrategias para alejarse gradualmente de la zona de confort, en la que nos sentimos cómodos pero que no nos proporciona oportunidades de crecimiento y aprendizaje. El objetivo es aumentar la autodirección, que es la sensación de dirigir nuestra propia vida y que evidentemente, sienta muy bien tener.

 

Actualmente, el campo de la neurociencia ofrece muchos conocimientos que nos permiten comprender mejor cómo funciona el cerebro procrastinador. Desde la psicoterapia, la regulación emocional, la reestructuración cognitiva, la conexión con los valores y el mindfulness son algunas de las propuestas más eficaces.

 

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Helena Domínguez
Colaboradora de CAPIA

CAPIA – Centre d’Atenció Psicològica Infanto-juvenil i de l’Adult
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